El cantar de Tito

Esta semana ha fallecido Tito, el pájaro que llevábamos todo el verano cuidando. Durante unos meses, ha sido una alegría para la casa con sus cantares, tanto matutinos como vespertinos. Conseguía llenar cada rincón de la casa con su melodía, convirtiéndose en orquesta cuando sus amigos del barrio le respondían. Me despedía de él cada vez que salía  y le prometía que volvería pronto, era mi burda forma de tratarlo como si nos conociéramos. Pero no les quiero engañar, no me gusta tener animales. Pienso que no son felices si no están en su hábitat. Lo nuestro era una relación de colegas, que ni se acercaba al cariño que le tenía Marijo, mi casera. Se fue en sus manos, le notamos que su hora estaba a punto de llegar y, por desgracia, no nos equivocábamos. Ahora, ya es libre, yo quería que así fuera desde el primer día, pero donde manda patrón ya saben. Eso sí, el amor amor que le ha dado ella debe ser muy parecido a la libertad. O eso quiero creer. “Tito, bonito”, fue la frase que más le repetí. Eso era todo. Les gustaba hasta a mis compañeras de trabajo que se sorprendieron del sonido que desprendía mi videollamada durante los primeros días en EL CORREO. Ya se habían acostumbrado también que a las cinco tenía que salir a la calle para devolverlo dentro. Pasaba la mañana tomando el sol en el jardín. Allí está ahora, en su propia cajita y con una florecilla clavada en la tierra. Probablemente, usted haya vivido una historia parecida y espero que la recuerde con una sonrisa. Curioso el cariño que le cogemos a un ser vivo cuando vive con nosotros. En mi casa nunca hemos sido de tener mascotas, no nos gustan, pero aún recuerdo que tuve un pez llamado Figo, era muy pequeño y fue un golpe verlo morir.

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