[vc_row][vc_column][vc_column_text text_style=»subtitle»]
Los dos centros de acogida vizcaínos perdieron entre el 35 y el 60% de sus ingresos anuales durante el encierro
[/vc_column_text][vc_column_text]Artículo publicado originalmente en EL CORREO el 24 de agosto de 2020.
«Eki» y «Bruno», los dos osos de Karpín Fauna, estuvieron muy tranquilos durante los tres meses en los que no avistaron humanos desde su refugio en un entorno idílico en el valle de Karrantza. Pero, para sus cuidadores, fue un varapalo que hizo temblar los cimientos del proyecto. El confinamiento ha dejado secuelas económicas tanto a este recinto como al de Basondo, los dos centros de acogida para animales silvestres de Bizkaia. Sus puertas cerraron en el momento en que arrancaba la temporada alta, con las excursiones de los colegios, la Semana Santa y las visitas de primavera. En estos tres meses llegan a ingresar más del 60% de toda la caja anual. Ahora se encuentran recuperándose con el apoyo de visitantes procedentes mayoritariamente de Euskadi y Cantabria. Y las buenas nuevas han llegado en un «sorprendente» julio, que ha superado las cifras del mismo período de 2019.
Vivieron la reapertura con mucha incertidumbre. «Teníamos miedo de que el público se hubiera olvidado de nosotros, como cuando te despiertas de una pesadilla. Ver que la gente nos visitaba, que nos preguntaba cómo habíamos pasado todo esto o cómo estaban los animales resultó muy gratificante», recuerda la responsable de Basondo Fauna Babeslekua, Nerea Larrabe. En Karpín, lo más importante al levantar la cancela era tener a punto todas las medidas de seguridad ordenadas por las autoridades sanitarias. Destacaba una por encima del resto: aumentar la distancia respecto a algunas especies. Había instalaciones donde la separación era de un metro, y ahora es de tres.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Para el refugio situado en Karrantza, el estado de alarma ha supuesto la pérdida de entre un 30 y un 35% de su recaudación. «Pasamos de golpe a no tener ingresos y los mismos pagos. Menos mal que la mancomunidad de las Encartaciones (propietarios del parque) nos ha apoyado y va a seguir apostando por el centro». En el caso de Basondo, esta época del año es todavía más determinante para la marcha del negocio. «El confinamiento se decretó al principio de la campaña, justo en el momento en que empezamos a trabajar más duro. Representa alrededor del 60% de nuestros ingresos», explica Larrabe.
«Se iba viendo que la situación no era buena, pero no te lo esperas. Cuando nos dijeron que teníamos que cerrar drásticamente, fue un impacto tremendo», recuerda Markel Antón, responsable de Karpín Fauna. «Al principio nos quedamos en «shock»; intuíamos que iba para largo… Luego trabajamos mucho y tratamos de no perder la ilusión», tercia Larrabe.
En el centro de acogida Karpín se han incrementado las visitas un 30% respecto a julio del año pasado –6.500, frente a 5.000–. «Es un dato muy significativo, porque no hemos contado con las colonias infantiles, que suelen aportar en torno a 1.500 niños», apuntan. [/vc_column_text][eut_quote animation=»fadeIn»]Temíamos que el confinamiento se prolongara demasiado y no pudiéramos continuar[/eut_quote][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Aunque no recogen datos tan pormenorizados, el turismo extranjero tras la reapertura es «prácticamente inexistente» en el refugio de Karrantza. Su público ahora procede mayoritariamente de Euskadi y Cantabria. «Tenemos mucho turismo local del territorio vasco, incluso más que en años anteriores. Del resto del país, están viniendo bastantes de Madrid, Galicia o Cataluña. Y del extranjero, algunos de Alemania, Holanda y Francia». En Basondo también están contentos con la respuesta de la gente: «El número de visitas está superando nuestras expectativas –reconocen–. Desde julio, todos los días estamos trabajando bien. El clima también ayuda».[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][eut_single_image image=»6274″][vc_column_text]
Supervivencia en peligro
Pero casi cien días sin que pase nadie por ventanilla dejan huella. «Hemos tenido cero ingresos con los mismos gastos, pues hay que dar de comer a los animales, mantener en condiciones las instalaciones, pagar a los veterinarios, seguros, agua, luz…», enumera Nerea Larrabe, cuyo refugio destina un 20% del presupuesto anual solo a la alimentación de sus huéspedes. En Karpín, unos 3.000 euros al mes.
Los animales han vivido ajenos a la pandemia mundial, «más tranquilos aún que de costumbre», cuenta Markel. Al contrario que en los zoos, donde muchas especies interactúan con el público, en estos recintos no se realiza ninguna actividad con ellos. «Han estado estupendamente, y eso nos ha dado mucha energía», puntualiza Nerea.
«Si el confinamiento hubiera durado más tiempo, habríamos tenido que plantearnos el cierre –confiesa la responsable de Basondo Fauna Babeslekua–. Por eso nos parece tan importante que la gente se conciencie plenamente de la necesidad de ser estrictos con las medidas sanitarias impuestas para contener el avance del coronavirus». Markel Antón encara el futuro de su parque desde otra perspectiva: «La Mancomunidad y la fundación nos transmitieron desde el primer día tranquilidad para seguir trabajando. Hombre, siempre tienes la sensación de que con la crisis puedan cerrarlo, pero este es un sitio en el que, sí o sí, tendríamos que seguir cuidando de los animales».[/vc_column_text][eut_gallery ids=»6275,6282,6280,6273,6285,6284,6276,6274″ columns=»4″ columns_mobile=»2″][/vc_column][/vc_row]